La globalización de la economía ha transformado el mundo en un único mercado y por lo tanto ha favorecido la creación de un gigantismo económico sin precedentes y la asfixia de una parte importante de eso que gustan de llamar el tejido empresarial, formado por cientos de miles de empresas pequeñas.
La globalización, vendida como instrumento de progreso y modernización, no es en mi opinión más que una fórmula para que los ricos sean cada vez más ricos y para el empobrecimiento de grandes capas de población en todo el mundo. Es también la globalización el marco imprescindible para esta maniobra poco decente de la explotación de los trabajadores de países asiáticos, que fabrican a cambio del tazón de arroz bienes de consumo que después se venden en Occidente a precios ridículos.
Es preciso revisar, o directamente suprimir, ese nuevo marco económico de la globalización de la economía y, posiblemente, también volver a implantar aranceles nacionales y decir adiós a la moneda única europea. Puede que esto se lleve consigo parte de nuestro progreso, pero también de las desigualdades y las brutales distorsiones del mercado que estamos viendo.
El propósito ciudadano de la Unión Europea es a mi juicio totalmente falso. La Unión Europea nació como Mercado Común Europeo, un nombre mucho más leal a la realidad que ya desde el inicio indicaba el propósito de crear un mercado más grande para hacer negocios más grandes. No para crecer en derechos, ciudadanía o garantías: Sólo para que los negocios aumentaran de tamaño y eso es todo. Si realmente hubiera en Europa algún propósito sincero de progreso en derechos, hace ya mucho tiempo que existiría una Constitución Europea y también una legislación básica (penal, tributaria, administrativa) común.
Renunciar a la globalización y volver a la implantación de aranceles implica entre otras cosas pagar por las mercancías su precio real, especialmente el made in China, que nada tiene que ver con el que pagamos. Y también aceptar una vida desprovista de los lujos impropios de los que gozamos, como por ejemplo varias televisiones en el mismo hogar.
¿Tiene sentido que una empresa española fabrique mamparas de baño en China para luego venderlas en España? Esto, que años antes parecería un dislate, es una realidad cotidiana. La deslocalización no afecta ya a los grandes fabricantes de automóviles y similares, sino a cada parcela de la economía y desde luego a las empresas medianas.
¿Cómo no va a haber en España un paro galopante si casi todo se fabrica en Asia? ¿Por qué nos sorprende que ante la crisis general, China esté creciendo a ritmo desorbitado hasta el extremo de venir en auxilio de Europa comprando deuda?.
No he escuchado a ningún político enfocar el problema desde este punto de vista porque este mecanismo favorece a los empresarios, no a los países ni a los ciudadanos, y los grandes empresarios no tienen patria. Su patria es el dinero.
La empresa multinacional NESTLÉ hizo público hace mucho tiempo su parecer de que sus trabajadores carecían de nacionalidad: No eran suizos, españoles o suecos, sino de Nestlé. Imaginaos entonces lo que pensaba la propia empresa de sí misma.
Las medidas de fomento del empleo son un chiste malo si no se crean las condiciones para que lo que se consume aquí se fabrique aquí. Pero para ello hay que romper las férreas reglas neoliberales de la UE y salirse de ella. Claro que esto ¿nunca nos lo permitirán?, porque han invertido en España cantidades inimaginables de fondos destinados a infraestructuras. Para los negocios, claro está.
Breve discurso sobre el futuro, por © José Ortega. Descarga el documento completo: http://goo.gl/1jB7q5