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El negocio de la enfermedad. Ellos no quieren que lo sepamos


En la Grecia clásica, Hipócrates proclamó el principio «que tu alimento sea tu medicina». Veinticinco siglos después, un médico joven se queja de que en la Facultad ni siquiera le han enseñado nutrición.

¿Esto no resulta sospechoso? Ellos no quieren que sepamos y utilizan la educación para filtrar lo que debemos y no debemos saber. Forman a los médicos como adeptos de una secta cuyo dios no es la salud, sino la corporación de laboratorios farmacéuticos. Acudid al médico de familia y veréis lo que tarda en recetaros un fármaco.

Enfermamos por motivos medioambientales, lo que no es de extrañar en el mundo podrido que hemos creado. Algunos de esos motivos, como la contaminación, resultan difíciles de erradicar porque son un efecto secundario del sistema productivo. Otros no son más que una elección consciente de la oligarquía económica.

Richard Firshein, un médico de Nueva York, informa sobre un efecto indeseable de los pesticidas que va más allá del simple efecto de contaminar la comida. Muchos pesticidas contienen sustancias que imitan a los estrógenos, elevan los niveles hormonales en mujeres y dan lugar a cáncer de origen sexual. Este mismo efecto lo causan algunos productos de limpieza.

Creo que habréis escuchado a vuestras madres o vecinas decir que le gusta que huela a limpio. No huele a limpio. Huele a productos químicos. Y muchos de esos gases causan cáncer sólo por respirarlos.

¿Creéis que el gobierno no lo sabe? Si queréis saber por qué no hace nada seguid leyendo.

COMIDA QUE MATA

La globalización, aplicada a la alimentación, se basa en un truco peligroso para la salud. Si deseo vender tornillos en China, sólo tengo que meterlos en un contenedor y enviarlos a destino. Si quiero hacer algo parecido con peras, pollos, verduras o pescado, necesito mezclar con estos alimentos productos químicos conservantes que los mantengan en buen estado durante tan largo viaje. Así comienza un proceso catastrófico cuyo resultado es que cada europeo consume cinco kilos de productos químicos al año. No es de extrañar el espectacular aumento de enfermedades degenerativas como cáncer, diabetes y lesiones vasculares.

Los alimentos deben soportar en buen estado el transporte, la exposición en los puntos de venta y unos días más en el frigorífico de casa. Hoy, prácticamente cualquier cosa que encontremos en el supermercado es un veneno, más o menos potente, privado de todo o parte de sus nutrientes y trufado de conservantes, antioxidantes, colorantes, espesantes, emulgentes, potenciadores del sabor y un sinfín de productos químicos que unas veces figuran detallados en las etiquetas y otras no.

Estoy seguro de que la mayoría no sabéis que el pescado congelado contiene abundancia de aditivos químicos (ninguno indicado en etiqueta), que el salmón debe su color naranja fosforescente al colorante E-161-G (no indicado en etiqueta y nocivo para la salud porque se acumula en la retina y da problemas oculares), que al pescado de granja le mezclan antibióticos con el pienso (no indicado ni advertido al consumidor), que las frutas y verduras nacionales son adulteradas con productos químicos desconocidos para mejorar su apariencia (sin información en etiqueta) y que importamos y consumimos frutas de países terceros que han sido rociadas con pesticidas prohibidos en la Unión Europea (sin información en etiqueta). Todo esto lo sabe el gobierno y parece que le da igual simplemente porque el sistema económico debe seguir en funcionamiento.

¿Cómo es posible que la margarina siga constituyendo para muchos una alternativa a la mantequilla para proteger el sistema cardiovascular, cuando los expertos insisten en que las gasas hidrogenadas con las que está hecha son nocivas para el corazón y las arterias? El proceso funciona así: Los aceites vegetales, como los de girasol y soja, no pueden mantenerse sólidos a temperatura ambiente, por lo que son sometidos a un proceso químicamente complejo llamado hidrogenización, cuyo resultado son las llamadas grasas trans, formadas por moléculas artificiales, es decir, que no existen en la naturaleza.

Las grasas vegetales aparecen en una multitud de productos de alimentación como pretendido aval de su carácter inofensivo para el corazón, por contraposición a la mantequilla. Las etiquetas dicen, tranquilizadoramente “grasa vegetal”, pero no nos dicen qué es la grasa vegetal, cómo se obtiene y qué consecuencias puede acarrear para la salud humana. Algo parecido sucede con los productos que muestran una enorme indicación de que están libres de azúcar añadido. Mirad bien y encontraréis en su lugar tóxicos como el aspartamo y otras cosas.

Entended esto: Ellos han transformado la comida en veneno sólo para hacer grandes negocios. Este es el único motivo. Comer esas cosas nos enferma y esto no es más que la consecuencia de un sistema económico indecente montado para que los fuertes sean cada vez más fuertes.

ANIMALES ENFERMOS PARA PERSONAS ENFERMAS

Una vez leí que la capacidad de las vacas para asimilar la celulosa las hizo candidatas a una dieta de periódicos, que es lo que les dan o les daban de comer en algunos sistemas de ganadería estabulada. La ganadería estabulada es la que mantiene a los animales en establos, pero a esos establos hoy había que llamarlos de otra manera, porque las vacas a menudo permanecen inmóviles durante toda su vida en una cuadra tan estrecha como su propio cuerpo.

¿Habéis visto cómo son en realidad los pollos que comemos? Ni siquiera tienen plumas, parecen moribundos. Están criados no sólo con una total falta de libertad, sino con lo que parece una carencia de vitaminas sobresaliente.

Los granjeros los mantienen ocultos a nuestra vista para que no sepamos qué es lo que estamos comiendo en realidad.

Edmond Leach escribió un brillante estudio sobre el uso del lenguaje en relación con las cosas que comemos.

De la misma forma que los mataderos son sitios cerrados e inaccesibles para esconder a nuestros ojos la muerte de seres vivos no muy distintos a nosotros, el lenguaje esconde la realidad de nuestros hábitos carnívoros para que los sentimientos no nos quiten el apetito. Pig es un cerdo, el animal. Pork, es el cerdo que comemos. Las dos palabras significan en realidad lo mismo, pero una es el animalito y la otra el filete. Y así sucesivamente. En español sucede igual: Cerdo y lomo. Nos llevamos la bandeja de poliuretano con los filetes como si fuera una caja de galletas, renunciando a saber de dónde procede y el proceso que lleva envuelto.

Se empieza creando un lenguaje para ocultar la realidad y se continúa ocultando a los propios animales de granja, para que no seamos conscientes de su función de meros procesos de fabricación de proteína, a los que se tortura y subalimenta.

En todo esto, claro está, yace un reproche ético de cuidado y una consideración sobre la crueldad que podemos ser capaces de disparar sólo por acumular dinero. Nos encontramos en un proceso de degeneración moral del ser humano y de intoxicación simultánea, por ingesta de productos tóxicos, de nosotros mismos y del planeta. Es un error creer que nuestros cuerpos o la naturaleza tienen una capacidad ilimitada de regeneración. Cuando la cantidad de tóxicos que tomamos supera el límite, los riñones y el hígado pierden su capacidad de depuración y esas toxinas quedan alojadas en la profundidad de nuestro cuerpo, envenenándolo en un proceso lento pero cierto.

El mar también puede depurarse a sí mismo, pero no de los metales pesados y PCBs que continuamente vertemos en él, que no se degradan. Estas sustancias permanecen y permanecerán en los océanos en una concentración cada vez mayor. La vida en la tierra tiene fecha de caducidad, pero ellos no quieren que lo sepamos. Por eso nos distraen con otras cosas: Si hacemos algo al respecto dejarán de ganar dinero. Tampoco quieren que veamos cómo torturan a los animales de granja ni qué es lo que les dan de comer. Todo es mentira, incluso la pechuga del menú del día.

LA MEDICINA ACUDE AL RESCATE

Una vez que hemos enfermado como consecuencia de tragarnos los tóxicos que el sistema hace pasar por alimentos, entra en acción el sistema de salud, integrado por batallones de médicos de cabecera a quienes durante su formación se les ha ocultado el hecho de que los alimentos pueden curar, y a quienes se ha aislado de la realidad para hacerles creer que la única solución a las enfermedades está en los fármacos.

Los médicos han sido formados en los tratamientos paliativos porque resolver la enfermedad, y más con tácticas preventivas, arruinaría el negocio de los laboratorios. Entra entonces en juego un paquete de medicamentos de síntesis para combatir los síntomas de las enfermedades, en particular de unas especialmente rentables, como son las enfermedades crónicas.

La enfermedad crónica es la gallina de los huevos de oro de los laboratorios. Pasados los cincuenta años, una buena parte de la población deberá tomar, durante el resto de su vida, la pastilla del colesterol y la de la tensión, y algunos tomarán también fármacos para contener el exceso de glucosa en sangre. Son los propios Estados, a través de sus sistemas públicos de salud, los que se encargan de pagar a los laboratorios esta ingente factura. Y lo hacen sin rechistar. No mueven una pestaña para educar y prevenir a la población y de esta manera moderar la sangría.

Sospechoso ¿verdad? Pero no es de extrañar esta actitud en unos gobiernos que, de común acuerdo con los organismos internacionales especializados, acceden con gusto a rebajar periódicamente los estándares admisibles de colesterol en sangre. Cada vez que se hace eso, millones de ciudadanos se transforman oficialmente en enfermos y un nuevo río de oro entra en los laboratorios.

El cirujano alemán Walter Hartembach, después de practicar 10.000 intervenciones quirúrgicas, llegó a la conclusión de que la placa de ateroma que obstruye las arterias está formada por colesterol sólo en un 5%. La composición del resto no está clara, pero no me sorprendería si alguien dijera que está formada por restos amasados de esos cinco kilos de productos químicos que tomamos al año. Según este médico, el colesterol alto no da ningún problema de salud. En su opinión, todo es un cuento inventado por los laboratorios para enriquecerse, con la entusiasta colaboración de los gobiernos.

El consumo continuado de fármacos transforma a los enfermos crónicos en personas más enfermas a base de intoxicar su cuerpo con moléculas sintéticas. Una vez caes en manos de los médicos de cabecera y los laboratorios, comienza tu declive definitivo. Ya no te soltarán.

La conclusión es que el sistema primero nos enferma dándonos a probar productos químicos con apariencia de comida y a continuación nos hace caer en las garras del sistema de salud, que nos venderá más química y nos enfermará más. La enfermedad es un negocio y forma parte del sistema. Pero ellos no quieren que lo sepamos.


Todo es mentira. Breve compendio de ideas sobre el sistema del abogado © José Ortega 2010 . 

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